La muerte del papa Francisco este lunes por la mañana ha conmovido al mundo. Su partida fue inesperada, ya que durante el fin de semana de Pascua realizó varias apariciones públicas que transmitieron una imagen de cercanía y entrega hasta el final.
A pesar de no haber presidido los principales servicios litúrgicos de Semana Santa debido a su delicado estado de salud, Francisco participó activamente en momentos significativos de la celebración cristiana más importante del año.
El Jueves Santo, el pontífice visitó una prisión en Roma, donde pasó 30 minutos compartiendo con los internos, en un gesto que refleja su constante compromiso con los marginados.
El sábado por la tarde acudió a la Basílica de San Pedro, y el Domingo de Pascua sorprendió al mundo al aparecer en el balcón central de la basílica para impartir la tradicional bendición “Urbi et Orbi”, dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.
Aunque su voz sonaba débil, Francisco pronunció con emoción: “Hermanos y hermanas, ¡Felices Pascuas!”, sin la cánula nasal que había usado anteriormente para recibir oxígeno. La bendición incluyó la indulgencia plenaria, un acto reservado solo al papa.
Posteriormente, se dejó ver en el papamóvil saludando a la multitud que lo ovacionaba en la Plaza de San Pedro, marcando su primera aparición móvil desde su hospitalización.
Ese mismo domingo, antes de la bendición, sostuvo una reunión privada con el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, en lo que fue su último encuentro diplomático.
La imagen final que dejó el papa Francisco fue la de un hombre de fe firme, que hasta sus últimos días optó por estar cerca del pueblo y vivir su ministerio con humildad y entrega.
